domingo, 28 de octubre de 2012

LAS AVENTURAS DE ROMÁN MORALES

El verdadero mérito de Román no es haber recorrido a pie los casi 7.000 kilómetros de América de Sur (buscando el sur), del Caribe colombiano a Ushuaia, donde termina o empieza el mundo; ni siquiera el haberse atrevido a navegar en solitario por las principales cuencas de los ríos más importantes del continente, el Amazonas, el Orinoco o el Paraná. El verdadero valor no lo ha demostrado caminando solo por la ceja de selva de Colombia, Ecuador o Perú, los desiertos páramos andinos o atravesando el salar de Uyuni, en Bolivia, ni siquiera remando en soledad por los "culebreantes" canales amazónicos entre pirañas, jaguares, anacondas y yacarés (cocodrilos de río) del Orinoco, pernoctando en una hamaca o porfiando con la temible guerrilla de las FARC. Lo que hace a Román diferente y valioso es que ha sido obstinado y capaz de perseverar en la búsqueda de la felicidad, contra viento y marea, contra la corriente. No se ha adaptado, no ha pasado por el aro. Hace lo que quiere, como quiere y cuando quiere. Créanme: de esos hay, en este país, contados con los dedos de una mano? Y sobran dedos.  



Román Morales es uno de los mejores ejemplos que conozco de esas personas de las que hablaba el alcalde (que merecía ser reelegido), de esos que hacen que uno se sienta orgulloso de ser canario. Es casi seguro que nunca le vean recibir un Premio Canarias, ni que la prensa deportiva canaria le reconozca como lo que es, el aventurero más importante que ha dado esta tierra a lo largo de su historia. Tampoco lo verán en una rueda de prensa presentando su próximo proyecto, porque Román no hace pasillos, ni pide subvenciones ni patrocinios. Sus viajes se los paga él de su bolsillo maltrecho. Por lo tanto, de sus empresas de destino incierto se enteran su familia y sus amigos. Muchas veces ni siquiera eso. No debe favores ni servidumbres a nada ni a nadie. Es realmente un hombre libre. Con la dificultad que entraña alcanzar la libertad en esta sociedad tan dada a controlar cada paso que damos en nuestra vida, esto equivale a escalar una montaña de 8.000 metros a la pata coja y de espaldas. No tiene hipoteca, ni coche, ni novia fija, que yo sepa? Es, en definitiva, un tipo raro.



Por si fuera poco con esto, resulta que Román es un tipo escandalosamente humilde, afable y paladín de la fraternidad universal. Su sendero por el mundo deja una estela de amistad difícilmente cuantificable. Desde un rincón remoto de Ifni, en la antigua África española, en una cabaña de pescadores marroquíes, hasta un aislado asentamiento estacional de gauchos patagones o una aldea en la Sierra de Santa Marta, este canario universal y patrimonio de la humanidad ha dejado huella por el planeta de lo mejor de Canarias y de los canarios. Román, "el viajero de recorrido perezoso", es nuestro mejor embajador y es la mejor demostración de que esta es una sociedad mejor de lo que parece. Además escribe y relata sus viajes con una prosa que es como el carácter de los habitantes de la Patagonia, al norte del humor inglés y al sur de la poesía.
Quiero pensar que hay otros Romanes repartidos por nuestra geografía, en otros órdenes de la vida, en otras escalas, y son ellos -precisamente- los que nos dan el plus de calidad que tanto añoramos algunas veces. Representan una especie rara, tal vez en vías de extinción, pero que apenas protegemos ni valoramos. Es justo, pues, que alguien como yo, en este diminuto e insignificante rincón, se quite el sombrero y confiese su sincera admiración no por lo que hace, sino -sobre todo- por cómo lo hace.
Después de mucho deambular por muchos países, montañas y situaciones, ocurre que admiro menos a personas concretas y más a las actitudes. Confieso que me derrito ante la valentía, la solidaridad, la amistad, el compromiso en situaciones adversas, sin medir las consecuencias, a bote pronto, sin tiempo para analizar o reflexionar. Román no será un hombre perfecto (que se lo pregunten a sus novias), pero es un ejemplo de estas virtudes que acabo de enumerar y se merece por ello todo nuestro reconocimiento y el afecto que guardamos para lo mejor de nuestra gran casa. (Texto de Pedro Millán).